■ Borges:
“La controversia filosófica usurpa buena parte de su novela. Sé que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo trabajó como el abismal problema del tiempo
[...] El jardín de los senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo
[...] es la imagen de un universo incompleto, no falso, así como lo concibió Ts'ui Pên. En contraste a Newton y Schopenhauer, su ancestro no creían en un tiempo absoluto, uniforme. Él creía en una serie infinita de tiempos, que crecían, en tiempos divergentes, convergentes y paralelos.
Esta red de tiempos que son abordados por una u otra bifurcación, se rompen, o están inconsciente unos de otros por siglos, entrelazados a todas las posibilidades temporales. No existimos en la mayoría de estos tiempos; en alguno usted existe, y yo no; en otros Yo y no usted; en otros, existimos ambos.
En el presente, en un destino favorable me ha garantizado, usted ha llegado a mi casa; en otro, mientras cruza el jardín, me encuentra muerto; en otro le digo lo mismo, pero estoy muerto, soy un fantasma”.
Plantea la posibilidad de difuminar las barreras temporales. Según esta idea, existen múltiples tiempos, múltiples pretéritos y futuros, múltiples causas y consecuencias, infinitas posibilidades.
El autor sitúa a los lectores ante una serie de mundos paralelos y realidades simultáneas que no son excluyentes entre sí. Lo que es el “presente” para nosotros, yace en los pasados de un número incontable y enorme de futuros. Cada evento que puede ocurrir, ocurre en alguno de estos universos.
Los pasajes de El jardín de Ts’ui Pen no funciona de modo lineal, sino que se entretejen en planos verticales, horizontales y diagonales, creando una red de tiempos sin principio ni fin... que desembocan en historias múltiples coexistentes.
■ Domingo Sánchez Mesa:
“En la mayoría de las formas literarias del hipertexto, las elecciones son, en gran medida, ciegas”.
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