El espectador debe iniciar el visionado de la cinta con una actitud proactiva si no quiere perderse en el juego que propone el director: cambiar bruscamente de una emoción a otra, atar cualquier cabo suelto que aparezca.
Desde el momento 0, las escenas se sucederán a un ritmo veloz y en un orden poco habitual que descoloca al espectador. Es como un shock, la sensación que queda después de ver 21 gramos. Y es justo un shock la sensación con la que se empieza también: escenas muy breves (2-4 minutos), saltando de una historia a otra y de un punto de la misma historia a otro. Se exige del público un esfuerzo complementario. La intuición personal puede ser clave aquí.
■ David Garrido Bazán, critico:
"El desorden de la secuencia nos coloca en el medio de la nada a la búsqueda de cualquier asidero, solos con el puro sentimiento".
El reto es adivinar a qué momento temporal corresponde cada imagen. El espectador debe recomponer el puzzle a medida que avance el metraje de la película. Los más ávidos resolverán las grandes incógnitas antes, otros tardarán, pero el final será el mismo para todos.
Lo que se va recomponiendo es el pasado, no el futuro (muerte de Paul, regreso de Jack al hogar, embarazo de Christina), y todas las piezas encajarán perfectamente. Muchas de las líneas principales que trata la película, ligadas la evolución de los personajes, ya han sido apuntadas a lo largo del metraje. No hay sorpresas finales en cuanto a por qué están vinculadas sus vidas.
A partir de los 20-30 minutos de visionado el desconcierto inicial se convierte en disfrute, sin abandonar la intriga. El espectador ya no tiene que hacer un especial esfuerzo por seguir la historia y completar los huecos, si no que las piezas empiezan a encajar solas.
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