“21 gramos” es una historia coral y sus personajes, multidimensionales y contradictorios. La riqueza de los personajes favorece la estructuración hipertextual y da margen al director, que irá trazando pinceladas sobre sus personalidades e introduciendo los hechos clave de sus vidas en un baile continuo de espacio y de tiempo. Así, nos enteramos de la drogadicción de Christina desde la primera vez que aparece en pantalla, pero no descubrimos el pasado promiscuo de Paul hasta bien avanzada la trama.
Los 3 protagonistas esconden un pasado que los atormenta: el mundo de las drogas y el alcohol; las infidelidades; años de delincuencia y entradas en la cárcel. Un presente feliz con sus familias, que empieza a torcerse primero en el caso de Paul y a partir del accidente en el de Jack y Christina.
Las tramas se vinculan de un modo más estrecho que en “Amores Perros”, ópera prima de Iñárritu, creando una locura caleidoscópica. Al ver la película nos preguntamos: ¿esta escena se refiere al pasado o al futuro (con respecto a la que acabamos de ver)? Y nos obliga a retenerla en la memoria para encajarla más adelante.
El retrato de los personajes está libre de juicios de valor, de carga moralizante, algo que repercute de nuevo en el espectador. Se pasa a éste la función de etiquetarlos y reflexionar sobre sus acciones. Se contribuye asimismo a una mayor o más sencilla identificación personal (del espectador) con alguno de los personajes y, en general, con una de las 3 historias.
Cada uno podría optar por seguir “21 gramos” a través de los ojos de Paul, o de los de Jack, o Christina, y conocería los hechos solamente desde una de las perspectivas. Pero acometer esta posibilidad se dificulta por el hecho de que en el cine uno no puede rebobinar o adelantar la cinta, no puede elegir en qué punto empezar, en cuál continuar, si no que queda sometido al orden que previamente ha decidido el director.
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